Armados con una coraza de remaches y alfileres, los punks nos devolvieron la creencia de que este mundo es lo que hacemos de él. Endurecidos por la calle, esos monstruos de mala postura y huesos salidos, entendieron mejor que muchos de los que hoy descansan en cómodos sillones de cuero, nuestra verdadera esencia: la habilidad humana para razonar y por lo tanto, para cuestionar.
Desde siempre el ciudadano “correcto” se asustó y persiguió al primer punk que asomó su mohicano como una aleta de tiburón en el mar de lo aceptable, del conservadurismo, de la pasividad bovina de la sociedad común.
El punk es la lucha constante contra el miedo a las repercusiones sociales, la ira espontánea al no ser aceptado como una verdadera persona, la reacción natural de cualquiera, independientemente de su afiliación social o subcultural, que se sintiera despreciado e incomprendido por políticos, policías, profesores y periodistas mediocres que no pueden ver más allá de lo bueno y lo malo.
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banderas negras anarquistas
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